sábado, 5 de enero de 2008

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"OPEN YOUR EYES TO THE SKIES AND THE SUN..."


(AUDIO QUE PASEA HOY POR MI MENTE: "YOUR LOVE (FEVER)" DE KYLIE MINOGUE)




Giré el cuello hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Noté la tensión en cada músculo y masajeé como pude los que estaban a la altura de la nuca. Siempre fui pésima en ciencias naturales, así que no me hagáis nombrar con tecnicismos la parte del cuerpo humano que, en aquellos momentos, estaba intentando relajar.


Los párpados me pesaban. Pero tenía que mantener la vista fija en el ordenador, pensar en cualquier otra cosa menos en las 6 horas que me quedaban de trabajo hasta que pudiera volver a casa y meterme en la cama para descansar.


Había pasado una mala noche. Eso es todo. Y ahora cada centímetro de mi cuerpo lo estaba notando en un lunes cargado de agujetas. Me desvelé a las dos de la mañana y me tuve que levantar a las seis, por no hablar de lo muy tarde que me fui a la cama, concretamente, a la una de la madrugada. Es decir, había conseguido cerrar los ojos y adentrarme en más o menos un placentero sueño justo una hora.


Salí a desayunar. Me levanté de la mesa de mi oficina y me dirigí hacia la cafetería. La mujer de pelo corto, de la empresa de al lado, estaba calentando un vaso de leche en el microondas. Con las prisas, yo me había dejado el desayuno. Tampoco tenía mucha hambre, así que decidí sacar un café de la máquina, con más sabor a agua que a cualquier cosa que se asemejara al café. Es curioso...sabía que unos cuantos sorbos de cafeína no me iban a quitar el sueño, que todo era producto de mi cerebro..pero aún así, me lo tragué casi de un sorbo con la esperanza de que mis ojos se abrieran como platos y aguantara algo despierta aunque fuera durante lo que me quedaba de día.


Y entonces ella apareció. Llevaba unas cuantas monedas en la mano y las hacía resonar con un movimiento mecánico. Se acercó a la máquina del café y sacó otro vaso lleno de ese líquido que nos medio acontentaba la mañana. La cafetería estaba vacía. Las cuatro enormes mesas se encontraban ausentes de gente. Y yo, sentada en una de ellas, tuve que dejar de leer el periódico que había abierto por la página de sucesos porque con la presencia de mi desconocida compañera...era imposible que pudiera concentrarme.


Yo llevaba solamente un par de meses trabajando en esa empresa. Había entablado conversación con algunas personas de mi oficina. De ella solamente conocía sus ojos, su perfume y su forma de moverse. Trabajaba en otro departamento diferente al mío, pero sus paseos al baño o a la cafetería hacían que, irremediablemente, tuviera que pasar por mi lugar de trabajo.


Como he dicho, las mesas estaban vacías. Podía haberse sentado en cualquiera de ellas, ajena a mi presencia. Incluso podría haberse ido a desayunar a la calle. Pero decidió sentarse justo enfrente de mí. Me miró a los ojos y sencillamente soltó...


"comparte solamente un minuto de tu mirada conmigo...no preguntes por qué..."